ENTRE EL AMOR Y EL ODIO
Hay personas que duermen con el enemigo, nadie puede entender cómo se sostienen ese tipo de relaciones a pesar del daño que se causan entre ellos y a los hijos.
Después de la luna de miel, la etapa en que la mayoría de la gente saca a relucir sus dotes histriónicas al máximo, viene el encuentro con la realidad, a veces difícil de afrontar, porque tienen principios, gustos e intereses opuestos.
Después de la luna de miel, la etapa en que la mayoría de la gente saca a relucir sus dotes histriónicas al máximo, viene el encuentro con la realidad, a veces difícil de afrontar, porque tienen principios, gustos e intereses opuestos.
Entonces vienen los disgustos por cosas simples y la resistencia a ceder. Además falta la comunicación asertiva, y se empiezan a manejar las situaciones con el corazón herido y no con la razón.
Un corazón herido trata por todos los medios de vengarse del otro y el otro del uno, aparecen mil formas de manipulación y desquite, se interrumpe la comunicación y aparece la desconfianza.
Quizás algunas veces intentan dialogar y llegan a acordar no volver a cometer el mismo error, pero como no hay un análisis profundo de los hechos, de sus causas y consecuencias, puede desencadenarse en una nueva pelea por echarse la culpa.
A veces no hay solución porque uno de los dos no respeta los sentimientos del otro no cumple los acuerdos, entonces tan pronto pasa la pelea por X o Y circunstancia hay reconciliación y vuelven a las mismas.
La culpabilidad, ser inculpado, el resentimiento, el miedo a perder el amor, el respeto o a ser abandonado, hacen que las personas se sientan confundidas y obren cometiendo todavía más errores.
La relación se convierte en una guerra entre el amor y el odio, el resentimiento y el remordimiento; la desconfianza y las suposiciones; entre ser más rudo para no perder el poder y la autoridad y la medida de la justicia, la honestidad y la solidaridad.
Unos días son de guerra otros de paz, unos de algarabía y otros de indiferencia, cada uno lleva en el corazón una espinita que se convierte poco a poco en una espada que mata el amor por el otro.
En este punto se necesita un buen psicólogo que oriente la ruptura de los ciclos negativos de la convivencia, pero solo sirve si ambos tienen autocompromiso, convicción e intenso deseo de solucionar los problemas.
No se arreglan tampoco terminan la relación, puede ser porque se acostumbran, por miedo a afrontar la ruptura familiar, por el qué dirán y lo peor se escudan en los hijos, a quienes perjudican irreversiblemente.
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